¿Qué movimiento ha minado y sigue minando al patriarcado y concretamente a la estructura de género? el feminismo.
Si alguien lo duda, que mire la historia: ha sido el feminismo el que ha conseguido los derechos civiles y políticos para las mujeres (y las mujeres, conviene recordarlo pues hay quien no termina de enterarse, no somos una minoría, sino la mitad): desde el voto, a la igualdad legal, pasando por el acceso a los estudios, a una sexualidad propia, etc. etc.
Y si alguien sigue dudando, que se pregunte: ¿dónde, en qué lugares del mundo, en qué países ha mejorado la situación de las mujeres? ¿en las sociedades donde ha habido y hay movimiento feminista o en sociedades “permisivas” con las personas que hoy llamaríamos trans?
Sabemos que, a lo largo de la historia, ciertas sociedades han admitido y admiten que algunos hombres se desmarquen de su sexo y opten por vestirse, maquillarse y vivir como mujeres. Aunque eso no conlleva que la sociedad las considere exactamente como tales, pero sí que, en diversos grados y con diversas modalidades y variables, los acepte. Sin ser antropóloga, conozco los casos de los “Femminielli” de Nápoles. Y sé de regiones de India, Tailandia, Laos, etc.
Ahora bien: esta permisividad ha sido y es totalmente compatible con una brutal misoginia. Así, -además de los ejemplos, anteriormente citados- recordemos que en la República Islámica de Irán fue el propio ayatolá Jomeini quien decretó la legalidad del cambio de sexo (y ya sabemos cuán “tierno y permisivo” es ese país con las mujeres…)
Es decir, el sistema patriarcal puede aceptar, sin despeinarse, sin variar ni un ápice el férreo corsé de los géneros y, sobre todo, sin que el género femenino avance ni un milímetro en igualdad, que haya personas “raritas” (que pueden ser aprobadas y catalogadas con más o menos complacencia, por supuesto). Lo que no puede aceptar de ninguna manera es que no haya “mujeres”, es decir, seres sometidos a los hombres que laven, cocinen, críen a la prole y estén a su disposición para cuando ellos tengan a bien sobarlas y penetrarlas.
Pero hay más: actualmente el patriarcado está utilizando la corriente queer para atacar al feminismo. Ya he evocado más arriba la permisividad, aceptación o ritualización histórica y variada del patriarcado hacia los hombres desmarcados de su género. Pero ahora estamos ante un fenómeno distinto, mundializado y promovido por ciertos intereses.
Intereses fundamentalmente de dos tipos: económicos y políticos. De los primeros ya no hay duda: la multiplicación exponencial de centros y clínicas dedicados a “reasignar” el sexo es apabullante. La alegría de las farmacéuticas ante la perspectiva de tener miles y miles de personas consumiendo medicamentos de por vida, desde antes de la pubertad hasta la muerte… Menudo filón… Estos negocios económicos son una mina de oro, mucho más rentable que los de los vientres de alquiler. Infinitamente más.
A pesar de lo que expuse más arriba, algunos pueden seguir dudando de que el verdadero enemigo del patriarcado sea el movimiento feminista y no la “multiplicación paródica de los géneros”. Pueden dudarlo, pero el propio patriarcado no lo duda. De ahí las variadas maniobras políticas para debilitar al feminismo: 1. Declarando que “hay dos feminismos” (lo mismo que dicen con la prostitución). 2. Difundiendo la idea de que el género y el sexo son optativos y que lo moderno y guay no es luchar para dinamitarlos sino pasearse de uno a otro o entre medias. 3. Intentando promulgar leyes que, de facto y en mayor o menor medida, diluyen lo que significa y conlleva ser mujer.
Históricamente hemos pasado por tres fases muy claras: A) éramos “las otras”, la categoría inferior. Tal locura impregnaba completamente el orden social y se vivía con total normalidad (“normalidad” que por supuesto, generaba sufrimiento para las mujeres). B) el despertar de las mujeres y su combate por romper corsés genéricos y conquistar territorios de igualdad. C) la actual, la que, como señalé más arriba, intenta convencernos de que no existe el género, o al menos, no existe como imposición, sino que es elegible. En consecuencia, feminismo ¿para qué? Es como como si intentaran convencernos de que no existen los negros, ergo no puede existir el racismo ni, por supuesto -y eso es lo más importante- la lucha antirracista.
Porque la pregunta clave es: ¿por qué y para qué existen los géneros? Pues porque esa estructura es una “bendición divina” para los hombres (propiamente divina, es decir, además de maravillosa, incuestionable) ya que les concede grandes privilegios… A otros cambios pueden adaptarse, siempre que se respete la mayor. ¿Que haya un adolescente trans en una clase? Vale. ¿Que las chicas de la clase empiecen a tomar conciencia de que su vida no consiste en gustar a los chicos, ni en amoldarse a sus deseos o darles placer? Ah, eso ya es harina de otro costal…
Y nota final (esa que siempre pongo, aunque no sirve para nada): yo no niego que exista la disforia. No quiero que las personas que la sufren (porque sí, es un sufrimiento y me niego a la banalización, como creo que se niegan ellas mismas, las que lo viven) sean vilipendiadas, humilladas, rechazadas. Pero me niego a aceptar que para salvaguardar sus derechos, deban retroceder o difuminarse los nuestros.
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